4/30/2010

(...) y es cierto que yo envidio muchísimo a tanta gente que conozco cuyas vidas no son una montaña rusa sino más bien una plácida llanura de obligaciones y contratos, de enlutadas profesiones y oficios, de previsibles alegrías domésticas de cerraduras protegidas y rituales de domingo, de serenidad con que las hojas esperan su inevitable caída y su conversión en polvo, pero también sé que ellos no podrían ni imaginar algunos de los paisajes que he visto, de las caricias que he dado y recibido, de los besos que me han hecho quedarme sin respiración, y que por eso no pueden cantarlos o escribirlos. Y me pregunto, como tantas veces, si merece la pena pagar el placer con dolor, pagar la capacidad de contar tantas cosas con esta sensación de vacío que llega de pronto, con las depresiones.